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A mediados del siglo XIX, un invento revolucionó la ciencia médica: las lentes tiroidales. Su objetivo: corregir el astigmatismo.
Una de las caras de la presunta lente era plana; la otra, convexa. “Posiblemente”, dijo Layard, de cuyas palabras muy pocos se hicieron eco. Se quedaron en un “posiblemente” Nadie volvió a plantearse algo parecido hasta el año 1966.
Entonces, tres nombres propios aparecen en esta singular historia. Arthur C. Clarke, Robert Temple y De Solla Price. De Solla Price, llevaba un tiempo inquieto a propósito de una extraña pieza que se encontraba –como tantas, olvidada en una sempiterna vitrina del Museo Británico de Londres. Tenía origen asirio y “parecía una lente”. Se trataba, lógicamente, del mismo objeto que descubrió Layard en el Palacio de Kalhu.
A mediados del siglo XIX, un invento revolucionó la ciencia médica: las lentes tiroidales. Su objetivo: corregir el astigmatismo.
A partir de ahí, las esperanzas para
que millones de personas con problemas en la vista pudieran llevar una
vida normal cobraron visos de quimera realizable. Eso es lo que nos dice
la historia, que desde 1966 habría que escribirla de otro modo.
Sólo es una más de las muchas que se
han hallado en yacimientos arqueológicos. Y esto que suponemos que las
primeras lentes de aumento son de hace poco más de cien años, si bien la
primera lupa como se conoce fue inventada por Roger Bacon en Inglaterra
en el año 1250, los cristales toroidales para usos ópticos avanzados no
aparecieron hasta mediados del siglo XIX.
Lente de cuarzo de 2600 años
El oxido de cerio necesario para pulir el cristal , no fue descubierto hasta 1803 por el alemán Jakos Berzelius..
Corría el año 1849, cuando se
desarrollaban las “primeras” lentes, el arqueólogo Austen henry Layard
excavaba en el palacio de Kalhu, la antigua capital de Asiria, más
conocida como Nimrud. Entre las innumerables piezas que rescató
descubrió lo que desde el principio le pareció una lente de cristal.
Una de las caras de la presunta lente era plana; la otra, convexa. “Posiblemente”, dijo Layard, de cuyas palabras muy pocos se hicieron eco. Se quedaron en un “posiblemente” Nadie volvió a plantearse algo parecido hasta el año 1966.
Entonces, tres nombres propios aparecen en esta singular historia. Arthur C. Clarke, Robert Temple y De Solla Price. De Solla Price, llevaba un tiempo inquieto a propósito de una extraña pieza que se encontraba –como tantas, olvidada en una sempiterna vitrina del Museo Británico de Londres. Tenía origen asirio y “parecía una lente”. Se trataba, lógicamente, del mismo objeto que descubrió Layard en el Palacio de Kalhu.
Que Clarke presentara a Temple y De
Solla Price no era casualidad. El mítico autor había escuchado hablar de
la investigación que tenía entre manos De Solla Price… Sabía también
que su trabajo sobre la supuesta lente estaba atrapado en un callejón
sin salida… Y sabía que si un hombre podía ayudar en aquella búsqueda,
ése debía ser Temple.
La investigación que iniciaron a
partir de ese momento resultó apasionante. La supuesta lente fue datada
en el año 700 a.C. y se descubrió que fue pulida a partir de una pieza
de cuarzo de gran calidad y sin imperfecciones internas. Temple
describió el material como “claro y transparente” y averiguó que a su
alrededor quedaban pequeñas virutas de metal de lo que pudo ser un
marco… “¡Una montura!, dedujo exclamando.”
Finalmente, el investigador esgrimió su conclusión tras años de estudio:
“Todo apunta a que se trata de una lente de forma tiroidal elaborada a
propósito con esta forma. Y las lentes de este tipo sólo tienen un uso:
corregir el astigmatismo.”
Si el profesor Temple estaba en lo
cierto, la óptica dio con las primeras lentes mejorar la visión, nada
menos que dos mil quinientos años antes de lo que se pensaba.
Aquello fue más que suficiente para
que Temple se dedicara a buscar más pruebas de la existencia de óptica
avanzada en la antigüedad. Las encontró… ¡a cientos!
Nadie recayó en ellas. Temple –un
heterodoxo tenía que ser- rebuscó en archivos, museos, colecciones… Sólo
entre las piezas catalogadas que se habían descubierto en Cartago
descubrió 16 lentes similares a la que había estudiado. También las
encontró en Rodas, en Éfeso o en Troya, donde aparecieron 48 cristales
pulidos, plano convexos y exactamente iguales que los utilizados por la
óptica moderna. Su búsqueda le llevó al antiguo Egipto, en donde rescató
decenas de lentes, gracias a las que expuso sólidas pruebas para
demostrar que los míticos habitantes de la civilización que se erigió a
orillas del Nilo desarrollaron una avanzada tecnología óptica. Decenas
de piezas así se lo sugirieron. Lentes, cristales, grabados que
demostraban su uso… En todo caso, ¿no habría resultado imposible erigir
obras como la Gran Pirámide de Keops sin el concurso de teodolitos
ópticos?.
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